Y, de acuerdo, se muestra mucho en El Gran Gatsby; pero -más europea que norteamericana en este sentido- todo lo que enseña con lujoso lujo de detalles está demostrado a través de la teoría/ práctica de la memoria: del hacer o deshacer memoria. Nada en El Gran Gatsby es actual ni transcurre en el acto sino antes/ después de que las luces se apaguen y de la caída del telón. El Gran Gatsby es “de época”, sí; pero, simultánea y literalmente, se nos presenta como out of time.

El Gran Gatsby -con Cumbres Borrascosas, Grandes esperanzas, Moby Dick, En busca del tiempo perdido, La invención de Morel y El sueño de los héroes, Pálido fuego, Matadero- Cinco, Bullet Park y El paciente inglés, a las que yo no puedo sino considerar, más allá de sus diferencias irreconciliables pero complementarias, hermanas de sangre y tinta- es probablemente la novela que más veces he leído y releído. Y su perfección formal-sentimental jamás ha dejado de conmoverme e intrigarme. Porque El Gran Gatsby es, también, seguro, una de las novelas más eminentemente releíbles jamás escritas: una vez conocidos los vericuetos de lo que cuenta, permanece la tan diáfana como encandiladora prosa desbordante de la más melancólica de las felicidades así como el asombro que produce su mili- cronométrico manejo del tempo dramático, su preciso modo de mover y sacrificar personajes como si fuesen piezas en magistral e implacable partida de ajedrez, y su tan majestuosa como frugal estructura ensamblando perfectas set pieces como si se tratara del más perfecto drama isabelino. El Gran Gatsby es el regalo que no deja de regalar: siempre se descubre y se ira algo nuevo en él. Y -por encima de su por momentos intimidante perfección- es uno de los textos más didácticos (y mucho más provechoso y económico que taller literario) a la hora de enseñar y aprender cómo puede y debe ser construida una novela. Un casi manual de instrucciones para, sino aprender, al menos apreciar como se puede contar el universo entero desde un micro- mundo que contiene a El Tema más público a la vez que privado de todos: esa divina y dantesca aria insuperable que es la pérdida desvelada y recuperación soñada del Primer Amor.

Este el pequeño Gatsby -entre el fitzgeraldiano gabinete de curiosidades de lo enciclopédico, lo ensayístico, lo ficcional, lo no- ficcional, lo especulativo y, por qué no, lo talismánico y oracular rozando incluso esa forma de autoayuda que siempre fue y es y será toda cima literaria- es producto de un nuevo a la vez que renovado viaje para mí y, tal vez, primera invitación para ustedes o convite al que retornar. En cualquier caso, he aquí una/ otra entusiasta invitación -mientras Long Island es en principio aunque no al final una comedia, Manhattan es un drama y el Valle de las Cenizas es una tragedia- a contemplar desde su muelle esa tan simbólica luz verde de baliza en el extremo de un embarcadero al otro lado de la bahía. Y, sí, creer en esa imposibilidad de repetir el pasado; pero, aun así, recuperarlo de algún modo debutando o reincidiendo en la lectura del, con cada día que pasa más enorme y XXL y colosal y cósmico y muy Made in USA pero sin fronteras El Gran Gatsby. Bienvenidos no sólo a la Gran Novela Americana acompañada de este plus one que es el pequeño gatsby.

Jay Gatsby & Co, cumplen cien años.

Great Scott!

Let’s party

LA ÉPOCA: LOS 30 AÑOS EN LOS ‘20S

Y, se sabe, El Gran Gatsby -ocurriendo en 1922 pero recordado desde 1925- no solo transcurre en los años ‘20s sino que, en perspectiva, es los años ‘20s. Y es uno de los símbolos indiscutibles y reconocibles de la época pero -también- una de esas pocas novelas “generacionales” que se las arreglan para alcanzar la dificultosa atemporalidad apta para toda era. Y una de las cosas más interesantes en ella es la particular obsesión (que cabe suponer era también la de Francis Scott Fitzgerald) que comparten sus personajes, y muy especialmente su narrador, el cumpleañero Nick Carraway, con los treinta años como, una vez cruzada, frontera sin retorno.

“¿Qué vamos a hacer esta tarde? ¿Y mañana? ¿Y en los próximos treinta años?”, pregunta Daisy Buchanan. “No seas morbosa. La vida vuelve a empezar cuando refresca en otoño”, le responde Jordan Baker.

Pero no es cierto.

Y el más consciente de esa mentira es Nick, cumpliendo tercera década de edad en el agobiante y explosivo capítulo VII de la novela. “Cumplía treinta. Ante mí se extendía el camino portentoso y amenazador de una nueva década. Treinta años: la promesa de una década de soledad, una lista menguante de solteros por conocer, una reserva menguante de entusiasmo, pelo menguante. Tengo treinta años. He rebasado en cinco años la edad de mentirme a mí mismo y de llamarle a eso honor”, se lamenta, casi estoico, Nick.

“Toda juventud no es más que un sueño, una forma de locura química”, apuntará Fitzgerald en sus notebooks. Y el ex libris en los libros de Fitzgerald mostraba a un esqueleto vestido con smoking danzando en una tempestad de confeti y serpentinas y sosteniendo un antifaz en una mano y en la otra un saxofón. Y sobre su calavera, se leía: Be your age. “Pertenece a tu tiempo” o “Actúa según tu edad”.

Fácil de decir, difícil de hacer.

Fácil de escribir, difícil de vivir.

LA LUZ NOIR

Novela romántica, novela de clase, novela política sobre “los campos oscuros de la república” y -last but not least- El Gran Gatsby es, también, una gangsteril novela noir y hard- boiled: esa condición acuñada por los soldados de la Primera Guerra Mundial para referirse a sus más feroces sargentos. Fitzgerald introduce el término -como sinónimo de adusto o curtido- en sus primeras páginas. Y volvió a él en su prólogo de 1934 para la reimpresión de la novela donde se define a sí mismo como “a hard- boiled proffesional”. Un tipo duro o, más bien, endurecido de la peor manera posible. Además, tener en cuenta que gat, en el argot de los años ‘20s, equivalía a revólver. Más allá de esto, pensar en Fitzgerald como en uno de esos escritores que cruzó sin dificultad y con gran elegancia la línea que separa a la supuesta alta cultura de la baja popular; y de ahí el regocijo explícito de la novela en introducir elementos típicos de la novela negra: las reverberaciones de Chicago como ciudad fuera de ley, autos a toda velocidad, negocios oscuros, mafiosos de cuidado, muertes violentas, fiestas con alcoholes de contrabando, mujeres fatales, crímenes más fatales aún.

No es casual que la sombra de El Gran Gatsby se proyecta a lo largo de los años en varias de las mejores novelas de género en las que la amistad y la lealtad y la traición son temas y sentimientos principales: La llave de cristal de Dashiell Hammett, El largo adiós de Raymond Chandler (donde un escritor alcohólico tiene la sobriedad de brindar por Fitzgerald), El caso Galton y Dinero negro del muy fan Ross Macdonald, El último beso de James Crumley, o la reciente An Honest Living de Dwyer Murphy son novelas inequívocamente gatsbyanas- carrawayanas, del mismo modo en que un film como Casablanca tiene mucho de fitzgeraldiano. Para comprender esto -esta compulsión de la novela por lo hard- boiled- basta con darle un vistazo a la adaptación fílmica de El Gran Gatsby de 1949 (dirigida por Elliott Nugent y con Alan Ladd en el rol de Gatsby) y donde se intensifica el efecto de género y se comete el crimen imperdonable de que su héroe finalmente se muestre arrepentido de todo lo que hizo y de ser quien en verdad no es. Allí, el personaje del millonario benefactor/ tutor/ mentor con yate Dan Cody adquiere un perfil decididamente mefistofélico. Y se nos muestra a nuestro héroe vaciando su pistola desde un convertible a toda velocidad mientras una voz en off nos informa que “Gatsby construyó un oscuro imperio porque llevaba un sueño en su corazón”. La reedición tie- in con la película mostraba a un Ladd de torso desnudo junto a una piscina con Howard Da Silva (en el rol de George Wilson) apuntándole con un revólver por la espalda y listo para apretar el gatillo del sueño eterno. Sí: en El Gran Gatsby pueden detectarse ya las primeras radiaciones seriales y negras de James M. Cain y Jim Thompson y David Goodis y Horace Mc-Coy. Y no es casual que el cinéfilo David Thomson invocase a “Jay Landesman Gatsby” en su muy ingeniosa y a la vez sentida novela coral- pulp- celuloidal Sospechosos.

EL PASADO (IR) REPETIBLE, LA FELICIDAD PRESENTE Y EL ORGÁSMICO (NO ORGIÁSTICO) FUTURO

Y entonces, habiendo sintetizado trama y catalogado personajes y géneros, ¿de qué en verdad trata y sigue tratando desde hace un siglo -entendiendo que tratar no es lo mismo que contar- El Gran Gatsby? Trata de algo que no pasa de moda y que trasciende, inamovible y constante, a toda era. Sí: contrario a lo que puede pensarse en principio y superficialmente, nada ha afectado el paso del tiempo a la tercera novela de Fitzgerald cuyo argumento y personajes han ascendido a la categoría de paradigma y arquetipos. No es novela “de época”, es “de épocas”: para siempre. Y es novela “de ideas” y “de acción” y “de sociedad” y “de amor” al mismo tiempo. Así, El Gran Gatsby es el más sofisticado lugar común capaz de ser narrado con perfecta funcionalidad moral de fabuloso y fabulístico y embrujado cuento de hadas de malhadadas brujas y de malhadados embrujados en reversa como Benjamin Button; o como fabuladora y mitológica machina perfectamente aceitada donde, cada uno a su manera, recibe su inmerecido merecido o se salva sin merecerlo. Un Había una vez… atemporal donde no todos sobreviven o vivieron felices y algunos no pueden dejar de mirar hacia atrás y otros deciden que lo mejor es mirar hacia adelante; mientras aquel que narra a unos y a otros no puede dejar de verlos aunque cierre los ojos y desee no volver a abrirlos hasta que todo lo que deba suceder haya sucedido y deje de suceder. Sí: Gatsby mira en ambas direcciones al mismo tiempo y -como trineo Rosebud al principio y al final de Citizen Kane, parte irrecuperable de infancia volviendo como último aliento/ palabra -esa luz verde en la orilla opuesta que intenta alcanzar simboliza para él lo que fue y la posibilidad de que vuelva a ser. Así, se sabe que Fitzgerald no podía escribir si no estaba rodeado de relojes.

Así, en El Gran Gatsby, la palabra time aparece 87 veces y hay 450 alusiones a lo temporal.

Así, la primera y la última frase de El Gran Gatsby -su célebre comienzo y su aún más célebre final: “Cuando yo era más joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces. ‘Antes de criticar a nadie’, me dijo, ‘recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú’” y “Así seguimos, remando, botes contra la corriente, devueltos sin cesar al pasado”- refieren al paso del tiempo, al tiempo pasado haciéndose presente.

Así, una de las escenas clave de El Gran Gatsby es este intercambio de opiniones/ credos entre Nick Carraway y Jay Gatsby.

“-Yo no le pediría demasiado- me atreví a decirle-. No podemos repetir el pasado.

-¿No podemos repetir el pasado?- exclamó, incrédulo-. ¡Claro que podemos! –Miró a todas partes, frenético, como si el pasado se escondiera entre las sombras de la casa, casi al alcance de la mano".

Así, El Gran Gatsby canta eso de Qué será, será, al mismo tiempo –todos los tiempos juntos- que un Qué fue, fue y Qué es, es. Y lo canta a un tiempo no perdido (aunque sí marcado por un cierto extravío de su rebuscador) sino repetido.

Así, El Gran Gatsby trata del modo en que sus personajes se relacionan con la idea del pasado al que siempre se quiere volver (o se quiere que vuelva), y con la idea de un presente en el que no dejan de pasar cosas cortesía de las cosas que pasaron y abriendo paso a las que cosas que pasarán (incluyendo tres muertes muy violentas y cerrando como fúnebre tragedia cuasi shakesperiana algo que abrió con engañoso tono de burbujeante comedia también cuasi shakesperiana).

Así, el anhelo de una romántica y soñadora luz verde al otro lado deviene en criminal y pesadillesca luz roja.

Así, en esa última inolvidable y magistral parrafada, ese orgastic (sinónimo de orgasmic, de orgásmico) y no de orgiastic (no de orgiástico, como corrigió póstumamente y sin pedir permiso Edmund Wilson, y que ha distorsionado a buena parte de las traducciones a nuestro idioma). Ese orgásmico futuro que no hace otra cosa que devolvernos, contra la corriente, hacia un pasado al que deseamos virginal y puro.

Así, lo que en principio mece cuna como Sueño Americano despierta a insomne ataúd de Pesadilla Americana.

Y suele ocurrir con muchos de los mejores y más soñadores escritores: muchas veces la obra suele ser autorretrato deformado (pero espejo al fin) de la vida de ese escritor soñador.

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