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Es cierto que el cine es la primera -y tal vez la única- disciplina que es a la vez un arte y una industria, ecuación en la que ambos factores son imprescindibles para la gestación de cada obra. Pero a veces hacer una película también puede ser un juego y permitir que esa característica se vuelva evidente es el rasgo de identidad más claro de 227 lunas, segundo largometraje de la directora Brenda Taubin. Una particularidad que se confirma y reafirma en las permanentes citas realizadas a la obra del francés Georges Méliès, cuyas películas representan quizás el momento más lúdico dentro de la historia del cine, y a quien muchos especialistas consideran el padre de los efectos especiales e impulsor de la ciencia ficción en el séptimo arte.

Contra lo que podría suponerse a partir del párrafo anterior, 227 lunas no es una película de ficción, sino un documental que cuenta con un personaje extraordinario que protagoniza un relato fantástico. Esta última palabra no debe leerse como alusión al género literario o cinematográfico que narra historias del orden de la fantasía. Más bien es utilizada en su acepción más coloquial, como el adjetivo que define a un objeto como maravilloso o magnífico.

Ese personaje es Alejandro Martín Ines, astrónomo aficionado y un enamorado desde niño de todo lo que tiene que ver con el cosmos, sus elementos y dinámicas. Pero también de los mapas, es decir, de las formas en que los territorios son representados. Incluidos aquellos que están más allá de los confines de este planeta.

Alejandro es, además, el creador de Cartografía Personal, un emprendimiento en el que se dedica a realizar exquisitas versiones en miniatura de los cuerpos celestes que componen el sistema solar. Eso incluye desde nuestras Tierra y Luna, hasta el Sol y el resto de planetas, incluídos los satelites que los acompañan en sus giros por el espacio. Ya con eso su personaje se vuelve digno de la curiosidad del cine.

Pero además, a finales de 2022 Alejandro fue ado por Olivier Witasse, uno de los responsables de la misión Juice, iniciativa de la Agencia Espacial Europea para estudiar las lunas heladas de Júpiter: Ganímedes, Europa y Calisto. La idea era encargarle a Alejandro 227 modelos a escala de dichos satélites, para ser entregados como souvenir a cada uno de los integrantes del equipo involucrado en la misión.

227 lunas es, entonces, el relato de un deseo cumplido. El de un nene que soñaba con el espacio que, ya adulto, logra ser reconocido por las personas que más ira en el mundo: los exploradores del universo. Sin embargo, la película está lejos de ser una historia idílica. Alejandro encuentra no pocos problemas para cumplir con el encargo sin traicionar el espíritu artesanal de su proyecto y la forma que encuentra para resolverlos siempre encajan perfectamente con él.

En sintonía y sincronía con todo eso, Taubin también halla una forma de registrar todo el proceso con ese mismo espíritu, entre inocente y deslumbrado, con el que su protagonista avanza a través del relato de su propia vida. Es ahí donde entra en escena la estética que identifica al cine de Méliès, en especial la de Viaje a la Luna (1902), que es quizá su película más icónica.

La directora juega a ilustrar la experiencia de Alejandro a través de cuadros que ponen en escena la ilusión de viaje y de aventura, contando para ello con la complicidad de un grupo de chicos. De esa forma se subraya la idea, casi un lugar común pero oportuna, de que dentro de cada adulto sobrevive un “niño interior”. Criatura que en el caso de Alejandro se encuentra bastante a la vista. Y es su espontánea capacidad de maravillarse y emocionarse la que hace de 227 lunas una experiencia grata, tierna y sensible.

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