De Piazzolla a Yupanqui. De Fito Páez a Ricardo Vilca. De Pedro y Pablo a Aníbal Troilo. Un poco por ahí transita el mundo sonoro de Lebrero. En definitiva, el compositor bebe de las aguas de la canción popular argentina, del tango al folklore pampeano y del noroeste argentino. "Mi búsqueda siempre fue la canción, y por mi naturaleza telúrica se me llenó de tierra", sintetiza. "Cuando empecé a viajar me di cuenta de que tenía mucho que ver con el cono sur americano, no solo Argentina. Así que a esa lista sumaría brasilerismos, uruguayismos y Violeta Parrismos", suma. "En lugares como Japón están buscando rasgos más particulares. Conectan más con un músico como el Negro Aguirre que con Charly, Fito, Soda o los Redondos. En mi caso, por ejemplo, siento que les gusta reconocer en mí rasgos de la cultura rock, pero también esas escuchas más locales que tanto me marcaron y aportaron singularidad a mi obra", apunta sobre su fuerte vínculo con Oriente.

Entre esos rasgos distintivos aparece su disco homenaje al maestro de la Quebrada de Humahuaca, Vilca (2023), a quien onoció personalmente, al punto de grabar tres canciones en San Salvador de Jujuy en 2006. Lebrero, además, forma parte de una generación de cancionistas hijos del rock argentino que trajeron aires frescos a la música popular argentina pos Cromañón: Aristimuño, Pablo Dacal, Pablo Grinjot, Lucio Mantel, Alfonso Barbieri, Jano Seitún, María Ezquiaga, entre otros. "Más adelante nos llamaron 'Cancionistas del Río de la Plata' y fuimos ciertamente promisorios en algún momento, pero después pasó nuestro momento y más bien quedamos como una 'generación perdida' entre las glorias del rock nacional y la nueva llamada 'música urbana', es decir de los derivados del rap de los cuales siempre fui fan pero por cuestión generacional ya no pertenecí", repasa Lebrero.

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-¿Cuál creés que es el legado que dejó ése "frente cancionistico acústico hijo de la cultura rock", un movimiento espontáneo del que formaste parte?

-Algunos cancionistas ahora treintañeros nos prestaron cierta atención y quizás a ellos ahora los escuchen algunos veinteañeros, la pelota se va pasando. Como sea, por un montón de factores que no puedo dilucidar –no soy sociólogo–, tengo la sensación de que quedamos en un limbo entre las glorias del rock nacional y el auge actual de la música urbana. Somos una suerte de generación perdida.

-¿En qué momento creés que está la canción –como formato, estilo y lenguaje– en esta Buenos Aires del siglo XXI?

-Así a primeras me sale algo medio hater. En la primera mitad del siglo XX en este país desarrollamos un lenguaje propio como el tango, el folklore. Incluso en sus albores el rock nacional tenía algo particular. Mi sensación es que nosotros, es decir, esa generación de la que hablaba, intentamos seguir en esa línea pero quizás el medio no ayudó, o la demanda era otra. Las radios, incluso las más progres, pasan una música medio Aspen. A la vez, sería muy obtuso negar que siempre aparecen cosas. La canción no se detiene. Sea en formatos "música urbana", rock, o incluso Aspen, la canción se abre camino. Quizás, lo que cambió es que todo tiende a homogeneizarse un poco.

-En 2019 realizaste el proyecto maratónico Doce, que consistía en lanzar un disco con nuevas canciones todos los meses, durante un año. ¿Era una forma discutir con la industria o una especie de gesto de rebeldía?

-Lo de Doce más que un acto de rebeldía fue un acto de negligencia. Todos me advirtieron que no lo hiciera, y lo hice. Quería bajar las canciones que tenía y creo que fue exitoso porque pude grabar en un tiempo bastante corto 218 canciones con un nivel muy bueno tanto de composición como de realización. Ahora me resultaría imposible hacer algo así. El bajón fue desde el lado comunicacional: nadie podía fumarse tanta data. ¡Qué va ser, me lo advirtieron!

-¿Cómo incide este contexto político, social y cultural en tu música, en particular, y en la obra de un artista independiente, en general?

-Vivir del arte es difícil, más ahora en este país: es una pálida siniestra. Intento no influenciarme por lo que pase a nivel país, y responsabilizarme de que si algo no funciona es porque no la estoy viendo. A la vez, me cuesta y por momentos caigo en la queja de por qué es todo tan difícil. Hace algunos años decidí no pedirle mucho a la Argentina en relación a mi pretensión de vivir de la música, y me enfoqué hacia afuera. Quizás estaba un poco resentido por no sentirme visto. Como sea, esa carencia hizo que ahora tenga más opciones. En cierta forma, me siento afortunado.

-¿Y cuáles son tus planes artísticos a futuro?

-Estoy muy concentrado con esta fecha revisionista por los 20 años y con las giras de este año en Europa y Japón. Hoy me cuesta pensar próximos pasos. No tengo claro si iré por un disco nuevo donde hable de lo que me pasó desde que me separé de la madre de mi hija, pasando por mi incursión al mundo gay, o si iré por algo más ligado a la nueva ópera. Como sea: narrar, narrar. Ser testigo de mi tiempo, decir estuve acá, viviendo esto.


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