Pero el primer grupo de ese "Nuevo under" en subirse a Obras no fue Winona sino Dum Chica, en calidad de acto de apertura de The Cult, en marzo pasado. Incluso los integrantes de Peces Raros pertenecen a la misma progenie, lo que tornó al flash marciano que encararon en diciembre de 2024 en el atraco debut de esa generación en el predio erigido sobre Avenida del Libertador 7395. Pero la iniciativa de Winona Riders tuvo sabor a arrebato. Como todo lo que suelen hacer. Más aún si se toma en cuenta que a El mató a un policía motorizado, por ejemplo, le llevó 19 años llegar hasta esa anhelada plaza. De todas formas, la decisión de la banda de la zona oeste bonaerense, de consumar ese hito en su carrera como para tantear si la masividad instantánea les sonríe a todos, la tomaron tras su show en el Teatro Flores, en diciembre de 2024. Y no hubo vuelta atrás.
Menos mal que se tomaron su tiempo para anunciar este nuevo peldaño en su escalada hacia el Olimpo del rock argentino. Es que la presentación de su tercer álbum, No hagas que me arrepienta, en el sur de CABA, no había tenido el desenlace esperado. Al menos en contraste con su introducción en esa sala, en diciembre de 2023, donde la convocatoria pareció un acto militante, con la adrenalina a flor de piel. Quizá el desconcierto se debió al volantazo que pegaron en su sonido, con un pie en un krautrock con dejo a techno. Aunque en los hechos era como si se hubieran resistido a desaferrarse de esa evolución que ellos mismos invocaron, al punto de que el clímax del show fue el mano a mano con los invitados de la fecha, los chilenos The Ganjas, haciendo el medley de "Rock de la ganja" y el tema que da título a su reciente disco.
Aquel día, en el escenario se comportaron como "la banda que siempre quisieron ver en vivo y nunca pudieron", fiel a la bajada que sueltan en las antesalas de sus actuaciones. Desde que pusieron a prueba su arte para la sedición en Niceto Bar, en 2023, con el público trepado en las ventanas y la policía lidiando con esa carga de visceralidad, verlos en vivo siempre fue un viaje hacia la incertidumbre. Hay que tener un estómago muy tenaz para atreverse a lo desconocido en una era en la que la gente precisa certezas (al punto de que el ChatGPT le está afanando clientes a psicólogos y tarotistas). Pero ahora que el recital dejó de ser una circunstancia propiamente musical para tornarse en una experiencia, el grupo propone libertad en tiempos de libertinaje.
No es una rareza que la agrupación a veces quiera hacer de sus shows un acto de resistencia física, a manera de metáfora política. Ya lo demostró en sendas ocasiones en Flores, con sus tres horas de música sin parar. Lo que sí quedó en evidencia con esta nueva osadía fue el deseo de que el público asistiera para hacerles el aguante. Al final, todo se trata acerca del compromiso. Además, de lo que también se puede jactar la banda, es de la articulación del relato, durante un show tan largo. No sólo fue coherente y ordenado, sino que también estuvo bien segmentado e hilvanado. Amén de la elección del repertorio, que no fue otra cosa que la revisita a sus canciones de manera extendida y transformadas en especies de mantras, como para demostrar (y demostrarse) que entre sus virtudes está la capacidad de reinvención y la insurgencia.
A pesar de las metamorfosis estéticas, consecuentes con sus aventuras performáticas, la bitácora sonora del quinteto generalmente la comandaron esa particular dialéctica entre la psicodelia gravitacional y la crudeza garage. Pero en esta encarnación, la estelaridad la tuvo el krautrock. Es por eso que a esas remeras de la banda que habitaron el estadio, y en cuyo dorsal sugieren la terna de influencias conformada por los Stooges, la Velvet y Spacemen 3, habría que sumarles al menos esa noche (con espray o marcador blanco) a Neu!, porque ese motorik (patrón rítmico que apela por el minimalismo, la repetición y los bucles) no se cansó de bombearle sangre al repertorio en varios segmentos del show.
De hecho, arrancaron así, poco después de las 20, y con una reinvención más espacial y casi diabólica de Abstinencia, su debut en Obras, ante 3000 personas. El recital resultó una arenga a la serotonina, una mancomunión que logró el objetivo de envolver al estadio en el trance. Uno fino, introspectivo y caviloso, en sintonía con las ráfagas minimalistas desenfundadas desde el inició de la feligresía, aunque esta vez a otra escala.
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