UNO Incierto --según RAE-- significa "impreciso o borroso: límites inciertos" y "desconocido y se percibe como negativo: porvenir incierto" y "que no corresponde con la realidad: su afirmación es incierta". Incierto no es exactamente falso, pero casi-casi, más o menos... En resumen: es incierto lo que significa incierto. Y una de las posibles variantes más o menos sinónimas de incierto es eventual como algo que pudo haber sucedido o no.

O algo así.

O no, ¿sí?

DOS Y una cosa sí va a pasar y no va a suceder: a Rodríguez acaba de ocurrírsele una idea para cuento/novela que no va a escribir nunca. Algo que transcurre en Los Ángeles y está protagonizado, coralmente, por algo llamado El Clan Manso o La Familia Manso: una bandada acuariana y no jauría cancerígena de hippies muy acuarianos que, por las noches, entra en casas ajenas y, mientras todos duermen, hace la limpieza y recorta el jardín y da de comer al perro. Una --otra-- visión alternativa de la Historia. Una eventual reescritura de lo sucedido. Pero enseguida, eventualmente, Rodríguez se dice que no. Que mejor lo haga otro. Que mucho mejor lo siga haciendo, con verdadera certeza, el indudablemente cada vez mejor James Ellroy.

TRES Y James Ellroy vuelve a hacerlo. Y, ah, su teñida sombra rubia (la de Ella y no la de Ellroy, que las prefiere pelirrojas) ya se había proyectado en novelas anteriores del autor aunque un tanto empalidecida como figura de reparto en camas de poderosos y sets de filmaciones veladas. Pero --se sospechaba-- más pronto que tarde Ellroy decidiría que Ella, por fin, estaba lista para close-up protagónico y final. Y aquí está y aquí llega Marilyn Ellroy. Es decir: la Monroe escrita y producida y dirigida por aquel que ya se ocupó de reinventar a Elizabeth "Dalia Negra". Y bienvenida sea mal que le pese a su memoria porque se sabe: Ellroy gusta de reescribir la historia oficial a su manera, imaginando y recompaginando improbables escenas confidenciales que, de pronto, suenan verosímiles y creíbles y, en su salvajismo y ferocidad, tanto más lógicas y posibles en su supuesta imposibilidad. Y la Marilyn de Ellroy no es la casi santa mártir de Joyce Carol Oates, ni la ladrada por su mascota de Andrew O'Hagan, ni aquella otra evocada amorosamente por Truman Capote o, mucho menos, la que posó para foto leyendo el Ulises. Tampoco la víctima profesional sacrificada al Sistema en más de setecientas biografías y sumando o la destinataria de ensayos que van del feminismo de Gloria Steinem al machismo de Norman Mailer. No: la Marilyn modelo Ellroy es la que cuenta --con ese fraseo de ametralladora-- el verdadero y auténtico Fred Otash. Un fixer-informer de tabloide al mejor postor a quien ya conocimos en su Purgatorio particular en la anterior Pánico. Novela que tenía algo de divertimento/pausa en la construcción de un nuevo y portentoso cuarteto angelino con Perfidia y Esta tormenta. Pero los modales escogidos por Ellroy para su Otash N. 2 convierte a Los seductores en suerte de bisagra entre su primer Cuarteto y la Trilogía Underworld U.S.A. en la que nos advirtió que "América nunca fue inocente". Y que él había llegado para ser el más implacable de los jueces.

CUATRO Así, aquí, es el verano de 1962 y Otash es un más bien poco escrupuloso pluriempleado de Jimmy Hoffa, de un cuasi comando de la policía de Los Ángeles, de J. Edgar Hoover y de los Kennedy mientras, en sus ratos libres, practica múltiples posiciones sexuales con la hermanísima de JFK & Bobby y esposa de Peter Lawford. Y todos hacen y deshacen de las suyas. Y pronto no hacen otra cosa que preocuparse --no por la demandante Ella sino por aquello de lo que Ella puede llegar a demandar-- por una más inestable y volátil que la nitroglicerina Marilyn. Una femme fatal y fatalista más que dispuesta para hacer volar todo y a todos por los aires matando el tiempo y, antes de que sus tiempos la maten, cometiendo delitos como forajida amateur y conduciendo su automóvil sin rumbo fijo casi como antecesora directa de las heroínas en trance de Joan Didion.

Y la verdad sea dicha: Ellroy nunca le tuvo mucha simpatía a Marilyn ni parece haberla considerado digna de su atención/obsesión. Y es esto y este desapasionado desinterés por el mito y por la mitómana, paradójicamente, lo que hace de Los seductores y de su star a punto de nova y agujero negro algo verdaderamente apasionante en su frialdad casi clínica. Así, Otash (y Ellroy) sigue y persigue a Marilyn --primero viva y luego muerta-- con memoria fotográfica y cada vez más conspiranoide. Y la diagnostica y la reporta --entre un psiquiatra y otro-- mientras olfatea sus sábanas aún tibias: "Marilyn engatusaba a la gente. Utilizaba a la gente. Poseía tres estilos en su trato con los demás. Era mandona, era recatada, era efusiva. No me caía bien. No me convencía. Sus dotes de actriz y su presunto gancho me dejaban frío... Marilyn siempre tuvo un séquito de aduladores, lameculos y medicastros que tomaban las decisiones por ella y le decían que era un genio... Y ahora estaba muerta. La sentí y la olí en mí y en todas partes".

CINCO Y detalle atendible para quienes no estén del todo familiarizado con el Método Ellroy o prefieran su ración de noir nunca mejor servida pero sí más fácil de digerir: la cautivadora Los seductores es una de las novelas de Ellroy más "ordenadas" para los no iniciados. Lo que, claro, no significa que algo haya cambiado. Todo sigue igual: Ellroy sigue siendo el mismo. Es ese quien dijo: "Estoy convencido de lo mejor de lo mío está aún por venir. No tengo duda alguna de que seré recordado como uno de los grandes escritores de mi país... Si lo mío es para muchos novela negra, bueno, sepan que lo es con una escala épica y trascendental. En Europa ya lo tienen claro. En Estados Unidos, suele ocurrir, demorarán un poco más en asumirlo y itirlo. Pero ya estoy resignado: nunca recibiré los grandes premios literarios de mi país porque me consideran un escritor 'de género' sin importarles el hecho de que el género en cuestión, el hard-boiled, sea el que mejor define y explica la esencia de nuestro espíritu... También, no está de más apuntarlo, soy un best-seller".

Y es verdad que, al igual que sucede con Jackson Pollock o William S. Burroughs o Bob Dylan o David Lynch, a Ellroy se lo entiende (y se lo adora) sin hacer preguntas ni cuestionarlo. Se lo acepta a ciegas y encandilado o te quedas fuera. Y, claro, te lo pierdes.

CINCO Y si entras, te pierdes ahí dentro. En el modo en que falsea lo histórico histéricamente para hacer historia, otra historia, la suya. Y en una entrevista, Ellroy explicó lo inexplicable para muchos pero tan evidente para él: "Si eres histórico, amiguito, entonces eres propiedad de James Ellroy. Aunque a mí lo que menos me interesa como escritor son los hechos absolutos y puros y verificados. Lo mío, de acuerdo, es una teoría posible. Pero también lo entiendo como un mandato: yo la propongo y, así, convierto mis historias en parte de La Histora sin por eso olvidar nunca que SON FUCKIN' NOVELAS, entiéndase de una jodida vez. Mi Tema --Mi Realidad en Mis Ficciones-- es el rumor, la especulación, el chisme y la maledicencia. Así que empiezo así y luego, enseguida, me vuelvo ficcionalmente loco".

 

Y, sí, cabía suponerlo, no hay dudas, no eventualmente, es verdad: el Freddy Otash de James Ellroy es MUCHO mejor que el Freddy Otash de Freddy Otash porque está MUCHO mejor escrito. 

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