Mientras en Haití la esclavitud fue abolida en 1804, en estas tierras recién se declararía su fin casi medio siglo después, en 1853, y no sin resistencia. La Revolución Haitiana, la primera revolución triunfante de América Latina, fue el fantasma que acechaba a las élites criollas, el espejo temido que mostraba hasta dónde podía llegar el pueblo cuando se organizaba. Es por eso que acá se hizo todo lo posible para mantener a raya a las mayorías afrodescendientes: se las segregó, se las explotó, se las empujó a la primera línea de combate, se las silenció.
Los actos escolares siguen mostrando a criollos de pelucas empolvadas, damas antiguas blancas repartiendo escarapelas y cabildos ordenados, donde “el pueblo” (masculino, adulto, blanco) debate la patria. Pero la verdadera revolución está en las calles de barro, en las pulperías, en los cuarteles, en los mercados, en las cocinas: ahí donde nuestras ancestras negras sostenían la vida cotidiana mientras eran esclavizadas, abusadas, invisibilizadas. Ellas también hicieron patria, pero la historia oficial las borró.
La “libertad” del 25 de mayo fue una libertad excluyente. No cuestionó el régimen esclavista. No incluyó a lxs originarixs, a lxs negrxs, a las mujeres, a lxs pobres. Fue una revolución blanca que no quiso parecerse al pueblo. Hoy, más de dos siglos después, seguimos arrastrando esa herencia. Nuestros gobernantes siguen sin parecerse al pueblo que dicen representar. Las mayorías racializadas seguimos siendo las más precarizadas, las más vigiladas, las más castigadas. Y la palabra libertad sigue siendo usada como excusa por quienes más la temen.
Reivindicar el rol de lxs afroargentinxs en la Revolución de Mayo no es un gesto nostálgico, sino un acto político. Es recuperar una memoria silenciada para construir una historia nacional que nos contenga a todxs, no sólo a quienes firmaban actas con pluma y peluca. Es enaltecer la lucha colectiva y no la hazaña individual. Es interrumpir el mito de la Argentina blanca, europea y civilizada, y reconocer que este país fue, es y será negro, indígena y popular.
Somos descendientes de quienes pusieron el cuerpo para que otros pudieran firmar la independencia. Hoy, nuestras luchas por memoria, verdad y justicia racial siguen siendo parte de la revolución inconclusa. Porque no hay verdadera libertad mientras se mantenga el racismo estructural. Porque no hay Patria sin nosotrxs. Porque la historia no empieza ni termina en el Cabildo, sino en cada cuerpo negro que resistió, que lucha y que sueña con una Argentina más justa.
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