Esas vueltas del destino, dignas de un melodrama barroco, son apenas el punto de partida de una comedia dramática que, en manos menos cuidadosas, podría haberse transformado en un ensayo sensiblero sobre los vínculos humanos. Atención, hay risas y hay lágrimas en Unidos por la música, cuyo título se explica a sí mismo rápidamente, pero Courcol se las arregla para que incluso las escenas más emotivas se mantengan a cierta distancia de los excesos. Jimmy Lecocq (Pierre Lottin), el hermano que no tuvo tanta suerte a la hora de la adopción en términos estrictamente económicos, trabaja como ayudante en la cocina de la fábrica local, y en sus tiempos libres participa de una banda musical amateur que representa a los trabajadores. Cuando Thibaut, ya en recuperación luego de recibir una porción de médula de su hermano, descubre que el talento musical parece venir encapsulado en el ADN familiar (el muchacho tiene oído absoluto, nada menos), decide darle una mano en un inminente concurso interregional.
Unidos por la música utiliza todos y cada uno de los mecanismos de las películas que hacen de las partituras y su ejecución simples metáforas de las complejidades personales y colectivas de los personajes. Pero lo hace con cierta gracia, esquivando algunos de los lugares más comunes y apoyada en el talento de un reparto que le aporta credibilidad a cada uno de los pasos hacia atrás y hacia delante de las criaturas. Que la fábrica en cuestión esté en pleno proceso de “reconversión” –en otras palabras, a punto de cerrar y dejar a todos los obreros en la calle– le suma un elemento social y dramático más a una película intencional y orgullosamente popular. Como el “Bolero” de Maurice Ravel, el mayor hit (Thibaut dixit) dentro del canon de la música culta.
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