El 19 de diciembre de 2001 nos cautiv una bandera con una multitud de peces y una inscripcin: “No somos nada. Queremos ser todo”. Eran das propicios al estallido de grandes sentimientos y a la revelacin de ideas luminosas. Pregunt de dnde sala aquella frase y los portadores de la pancarta, confundidos, no supieron responder. Alguien arriesgara luego el nombre del abate Sieys. Pas la efervescencia, languidecieron las asambleas, se fragmentaron las organizaciones piqueteras. De aquellas oleadas quedaron, sin embargo, formas de solidaridad, lugares de reunin, lazos fraternales, ciertos cdigos y la certeza de que algo de lo que se respir en Buenos Aires esas noches debe haber soplado en las grandes conmociones de la historia. Hace poco, por pura casualidad, supe por fin a quin perteneca la hermosa frase. Era de Eugne Pottier, un obrero estampador de sedas al que cualquier turista puede rendir homenaje en el cementerio de Pre Lachaise. El texto anotado en la bandera de los pescaditos pertenece a una cancin famosa, aunque ese fragmento, precisamente ese fragmento, sea ignorado por la mayora de nosotros. A la cancin se la conoce como La Internacional y acaban de pedir por su difusin el pago de derechos de autor. Lo de “no somos nada, queremos ser todo” ha dejado de ser un tema pendiente, al menos como incgnita. 3v635m
Queda, sin embargo, otro, menor y tambin hijo de la curiosidad: el graffiti pintado en el puesto de diarios de Medrano y Sarmiento. Sobre la chapa verde se lee “Gilles de Rais” o, en verdad, “Guilles de Rais”, como por apuro o impericia ha garabateado el autor. Claro, “Guilles” suena ms familiar al odo de un joven porteo, que el nombre de Gilles de Laval, mariscal y barn de Rais, revisitado –entre muchos– por Huysmans en All Lejos Ser una secta, una banda de rock, una hermandad de pedfilos o una cofrada de poetas malditos la que se coloca bajo la advocacin del hombre que cabalg junto a Juana de Arco y pidi al tribunal que lo juzg morir como ella, en la hoguera, pero no en olor de santidad sino por haber dejado un tendal de nios violados, destripados, profanados, entre ellos un sobrino de su mujer, Catherine de Thouars? La razn de la enigmtica aparicin de este desequilibrado lector de Suetonio, de este alucinado bufarrn medieval en una esquina del barrio de Almagro, contina siendo un tema pendiente.
Pendiente como penden el ahorcado de la soga, el aro de la oreja, el pndulo de la varilla, el saco de la percha (o del clavo, como en el poema de Brecht). Pende el pendn –no en el sentido de putn que le suelen dar en la madre patria sino en el de banderola– del mstil; lo que pende, por tanto, pende porque est sostenido, suspendido, cuelga porque algo lo sujeta, est condicionado al soporte, es “de-pendiente”. Se ofrecen departamentos con dependencias y no dependencias con departamentos, las tiendas colocan cartelitos en las vidrieras pidiendo dependientes y uno sabe muy bien qu significa la palabreja.
Lo pendiente, queridos mos, son colgajos, cuentitas que se nos pasaron por alto, deudas chicas a anotar en la cuenta del otario. Cuando lo que falta es lo esencial, estamos hablando de otra cosa, estamos hablando de fracasos. Hay algo que se haya quedado atascado en el tintero de lo colectivo? Siento la tentacin de recurrir a la difusa, bastorra frmula de la “deuda social”, eso que en un lenguaje de tradicin ms noble suele llamarse “equidad”. Pero mi instinto me indica que no lo haga, que no cometa este error, que espabile porque la inmensa nocin de equidad se resiste a entrar en el brete de los “temas pendientes”. Acaso puede considerarse un tema pendiente la felicidad? Pueden serlo la igualdad, o el ideal, esa “verdad vista de lejos” de la que hablaba Lamartine?